Uno de los rasgos que identifica a la especie humana, aparte de la perversidad y la estupidez, es la capacidad de crear universos simbólicos que le permiten viajar en el tiempo, esto es, imaginar, como ninguna otra especie, roles y temporalidades futuras o pasadas que puede vivenciar como parte misma de la existencia. Por eso Borges tenía razón, la imaginación forma parte de la realidad concreta. También lo sabía Pessoa: la verdadera realidad es la que soñamos. Quienes somos amantes de la música, conocemos de cerca el poder de este arte para crear universos simbólicos a través de la composición con formas y sonidos que permiten manipular el tiempo y las experiencias a voluntad. El poder del engrama. Este poder es especialmente manifiesto en el black metal y la presentación de Beherit en Colombia demostró que una buena organización hace posible el efecto: un viaje directo a 1993.
El sonido casi idéntico al que sale de los registros análogos y la puesta en escena de la banda hizo posible lo que nadie imaginaba, vivir la esencia del black metal en el momento de su emergencia. Beherit era una de esas bandas que en los noventa hacía fácil pensar que el satanismo era un asunto serio, su música manifestaba el aura verdaderamente satánica que, después de 30 años, pocas bandas logran conseguir. Más allá del registro fotográfico de unos jovencitos con cruces invertidas, el encuentro con la música de Beherit era la experiencia real—vivida—de un ritual satánico, de un trance cósmico con niveles superiores de un misticismo pagano, anticristiano, trascendental. El poder de su música no se ha visto afectado por años de copia, simulacro y ridiculización superficial de este género poderoso. Además, fueron precedidos por un acto con el mismo poder, los también finlandeses Black Beast, herederos de la vieja escuela una década más tarde y prueba de que el año es solo un número, que la creación puede ser fiel al legado en cualquier momento de la historia.
El mundo es voluntad y representación dictaminó con precisión Schopenhauer, esa voluntad y esa representación crean realidades, como insisten los grandes libros de magia ritual escritos desde épocas inmemoriales. Con esos elementos, el concierto de Beherit en Colombia fue un desdoblamiento ritual a otras épocas, a otras realidades. La época en que el black metal realmente se percibía maligno, transgresor…satánico. El devenir de la historia y la familiarización abusiva del género le ha restado ese impacto, pero la voluntad del oyente canalizada por una excelente puesta en escena (luces y sonido), permiten revivenciar épocas perdidas, destruidas por el artificio comercial. Y ese viaje temporal fue vivido con plena intensidad en la noche del 16 de mayo. Beherit nunca había visitado Colombia, una banda tan importante para el género se había disuelto, se había inclinado por otras vías musicales, se daba por perdida, pero se guardaba como esos tesoros secretos que permanecen inmutables gracias a la magia de registro sonoro, a la importancia del material análogo.
Cada vez que se ha tenido una conexión mística con la música de Beherit, con el sonido finlandés, tan ralentizado, ritualístico, sin velocidad pero con atmósfera, cada vez que se ha vivido eso, solo podíamos imaginar cómo sería presenciarlo en vivo. Y—cada vez—veíamos esa posibilidad más lejana. Un efecto positivo de la banalización del black metal, y la popularización del metal en general, es que permitió revitalizar un mercado y motivar a muchas bandas a retomar el camino ¿Vivir de glorias pasadas? Sí, pero a quién le importa. Es mejor tener la posibilidad de revivir la esencia mística del black metal, que estar condenados a consumir sus burdas copias. Y esa posibilidad fue ofrecida por Colombian Shows con la presencia de Beherit en Colombia. Al final del concierto, se sentía el aura de los noventa, los asistentes aún no podían creer lo que se había consumado, que se había presenciado a la banda impensable, la inasible bestia.
Era fácil escuchar que ha sido uno de los mejores conciertos de black metal en la historia de este país. No lo dudo. Repito: sonido y puesta en escena funcionaron a la perfección, al punto que era fácil imaginar que Sodomatic Slaughter (Jari Pirinen) y Nuclear Holocausto Vengeance (Marko Laiho) aún eran esos jovencitos adelantados en los caminos del mal. La ejecución del repertorio basada en su fundamental ‘Drawing Down the Moon’ (1993) solo aumentaba el trance tema tras tema, y daba la seguridad de que lo siguiente sería mejor. Así fue. Quiero dar mi palabra, amable lector, de que lo expresado hasta aquí no es producto de la transacción sutil entre prensa y organización, es resultado exclusivo de la experiencia vivida. Ante eso, es imposible encontrar puntos negativos o criticables. En mi experiencia y en la de muchos, el tiempo físico sucumbió al tiempo ritual, la imaginación nos transportó plenos. Para quienes conectamos con dicho trance, el mundo fue pura voluntad y representación. Eso impide toda crítica, hace inútil el juicio objetivo. Tomar distancia hubiera sido un verdadero desperdicio. Que la gran bestia condene a los objetivos que posan de imparciales. Aquí he registrado el poder del engrama, que permite al animal humano dominar a voluntad el espacio—tiempo, tal como se manifestó aquella noche.
Juan Sabbath. Bogotá, 22 de mayo de 2025